Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL


1540
Legislatura: 1893-1894 (Cortes de 1893 a 1895)
Sesión: 2 de junio de 1894
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 144, 4617-4618
Tema: Defensa de los productos españoles contra las imposiciones arancelarias del Gobierno alemán

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta) : Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Siento mucho tener que decir algunas palabras, como contestación a la rectificación, verdaderamente lata, del Sr. Cánovas del Castillo. (Risas.)

De lo que S. S. tiene que irse enterando es de que cuando atribuye a los demás errores por falta de memoria en la historia, S. S. es quien incurre en ellos, respecto no sólo de la historia remota, sino de la reciente. Su señoría no lo recuerda, pero yo recuerdo muy bien que el día antes de la muerte de Don Alfonso XII fui a ver a S. S., por consecuencia de un acuerdo de la Junta directiva del partido liberal, y para ofrecer a S. S. el apoyo de nuestro partido en aquellas gravísimas circunstancias. Acababa yo entonces, y se lo dije a S. S., de venir del Pardo, donde las noticias que había recibido, sobre la salud de S. M. el Rey eran desconsoladoras. Y la conversación a que el Sr. Cánovas se ha referido, no es ésta a que yo aludo, sino otra anterior; pues ¿no había de ser anterior, si entonces todavía pensaba S. S. en que el Rey pudiera hacer un viaje a Andalucía? (El Sr. Cánovas del Castillo : Porque los médicos lo dijeron.) Perfectamente; pero fuera por lo que fuera, en esa conversación, en que todavía se hablaba del viaje del Rey a Andalucía, yo no tenía por qué hacer ofrecimiento ninguno a S. S.; donde los hice fue en la otra entrevista; aunque ya sabemos que no había necesidad, ya sabemos que a S. S., como jefe de Gobierno o como jefe de partido, no le hace falta apoyo de nadie; se basta y se sobra para resolver aún las mil graves dificultades que puedan ocurrir en las circunstancias más críticas y más peligrosas para el país. El Sr. Cánovas no necesita apoyos de nadie; pero en verdad, en verdad, que bien abandonó S. S. el Gobierno en aquellas circunstancias. (El Sr. Cánovas del Castillo : Ya lo había dicho a S. S. por qué: por altísimos motivos de patriotismo.-Rumores en la mayoría.)

Pues jamás un hombre publico, y mucho menos un hombre que ha ejercido el poder, debe desear el Gobierno más que para evitar dificultades graves, más que cuando haya peligro para el país. (El señor Cánovas del Castillo: No había ninguno; era por otras razones que ya he dicho aquí.-Rumores.) ¿Ve el señor Cánovas cómo es S. S. quien no tiene memoria? ¿No sabe S. S. que el Sr. Romero Robledo, que ahora está a su lado, decía que se había separado del partido porque S.S. había sido débil, abandonando el poder cuando había tan grandes peligros? (El Sr. Romero Robledo pide la palabra.) Pero sea de ello lo que quiera, es lo cierto que yo fui a ofrecer el apoyo del partido liberal a S. S., y le dije que yo particularmente, me ofrecía hasta para ser gobernador de una provincia, si las circunstancias lo exigían . Si S. S . no lo recuerda, lo siento por S. S., que no debía olvidar estas cosas.

Además, yo traje aquí eso, no como caso igual al de los tratados, sino para defenderme del ataque que había salido reiteradamente de esos bancos de que yo había proclamado la guerra a Alemania. Entonces dije que jamás proclamé yo la guerra contra Alemania; que lo que hice en las circunstancias críticas de las Carolinas, fue ponerme al lado del Gobierno, como me he puesto siempre en todas las circunstancias difíciles; y como ejemplo cité lo ocurrido cuando la muerte del Rey, pero no porque eso tuviera relación con la cuestión de los tratados. A mi se me ha atacado aquí diciendo que había proclamado la guerra contra Alemania y que ahora estaba a los pies de Alemania. Ni yo he proclamado la guerra contra Alemania, ni yo estoy a los pies de Alemania ni de nadie. No es estar a los pies de una Nación procurar evitar los perjuicios que la conducta del partido conservador ha producido a los intereses generales del país.

Yo he procurado evitar la ruptura en bien de los intereses del país; he hecho lo que hace todo Gobierno que cuida de los intereses de la Nación: tratar con el Gobierno alemán; pero siempre con la dignidad que no debe faltar jamás a ningún Gobierno. ¿Dónde está eso de ponerse a los pies de una Nación? El que eso dice, sería, en efecto, capaz de hacerlo. (Muy bien.)

Por lo demás, ya lo habéis oído, Sres. Diputados: la Comisión no da dictamen. ¿Sabéis por qué? Lo ha dicho reiteradamente el jefe del partido conservador: porque si el tratado se discute, va a tener mayoría y se va a aprobar. (El Sr. Cánovas del Castillo: No he dicho eso.-Varios Sres. Diputados de la mayoría: Sí.) ¡Pues si la mitad de la rectificación la ha invertido S. S. en eso, en demostrar que no debía aconsejar a la Comisión que diera dictamen, porque eso es lo que quiere el Gobierno, porque como tiene mayoría se aprobaría el tratado! (El Sr. Cánovas del Castillo: Eso es una invención; no he dicho semejante cosa ni nada que se le parezca; vengan las cuartillas.) Ahí están las cuartillas; a lo que digan me someto. Lo que le duele a S. S ., que da lecciones a todo el mundo, es ver que las necesita más que nadie cuando pierde la serenidad. (Muy bien.)

Con la doctrina del Sr. Cánovas no habría sistema parlamentario posible, porque toda minoría que conociese que iba a ser derrotada en cualquier proyecto de ley, acudiría a la obstrucción.

Por lo demás, ¿cuándo he dicho yo que sea una cuestión de honor el no aprobar un tratado? ¿Ve S. S. cómo no sólo se equivoca en cosas pasadas, sino que se equivoca también en lo que acaba de oír? ¿Cuándo he dicho yo que sea cuestión de honor la aprobación de tratados? Es necesario tomar los argumentos como yo los expuse; pero a S. S. le es más fácil para destruirlos presentarlos como a S. S. se le antoja. No he dicho lo que S. S. me atribuye; al contrario, lo que he dicho ha sido que es un derecho del Parlamento, y que el Gobierno ha dejado íntegro ese derecho al Parlamento.

El Sr. Cánovas ha dicho que había dejado entrever el Gobierno la seguridad de que el Parlamento aprobaría el tratado, y yo debo manifestar que jamás, ni directa ni indirectamente, el Gobierno español ha hecho semejante declaración. El Gobierno se ha comprometido a presentar en el Parlamento el tratado para discutirlo, y para que el Parlamento lo [4617] aprobara o lo desaprobara; y lo que era cuestión de honor y de formalidad para el Gobierno, era presentarlo al Parlamento y hacer lo posible por que el tratado se aprobara. Ese es el compromiso contraído con Alemania, del cual no puede prescindir ningún Gobierno que se estime en algo, porque para algo se trata con los Gobiernos, para cumplir lealmente los compromisos contraídos.

Cuando se cree que la diplomacia esta en el dolo, en el engaño, está bien que se tengan ciertas ideas; pero cuando se cree que la diplomacia está en la verdad, y que se pueden sostener con verdad las necesidades de unos y otros países, los delegados que tratan no van a engañarse unos a otros, que ya no es tiempo de engañar a nadie; van a estudiar los medios de que las dos Naciones en cuya representación tratan, queden bien, no ganen ni pierdan, y aún que ganen las dos, como puede suceder, por la diferencia que entre ellas, por razón de su clima, pueda haber en la producción. Esa es la verdadera diplomacia; no la diplomacia del dolo y del engaño; que generalmente, el que va a engañar a otro, le suele suceder, como vulgarmente se dice, lo que al que va por lava: que sale trasquilado.

Yo creo que S. S. se ha equivocado, de buena fe, en otra cosa que me ha atribuido; lo que hay es que S. S. se ha equivocado muchas veces esta tarde, y, claro está, esto le apena mucho al que se cree infalible. A los demás mortales, como no nos creemos infalibles, no nos apesadumbra mucho el equivocarnos.

Yo no he tratado en burla la cuestión referente a lo dicho por el Sr. Obispo de Barcelona. El señor Obispo de Barcelona vino al Parlamento a exponer en contra de aquel tratado de comercio lo que a él se le hizo creer, y describió la situación triste en que quedaría Barcelona si se aprobaba aquel tratado. Yo tuve el honor de contestarle, y a pesar de mis exhortaciones y de hacer todo lo que pude por convencerle, no lo conseguí, y se marchó a Barcelona en la idea de que iban a verificarse aquellos horrores.

El Sr. Obispo tuvo la bondad de escribirme, porque yo le había escrito antes, diciéndole: "¿Ve usted, Sr. Obispo, cómo no ha pasado nada de lo que usted creía?"

Y su carta estaba llena de satisfacción porque se había equivocado, y atribuía esos errores a las noticias que le habían dado, porque él reconocía que no entendía de estas materias. No he tratado en burla la cuestión de los Obispos; lo que he dicho es, que tratándose de informaciones, se ha acudido hasta a las de los Obispos. (El Sr. Conde de Casasola: ¿Cree S. S. que los Obispos son los últimos de la Nación?) ¿Cómo he de creer eso? Lo que he querido decir es, que en las cuestiones de los tratados de comercio paréceme que los Obispos pueden equivocarse al informar, como se equivocó el Sr. Obispo de Barcelona; y yo, por lo mismo que estimo mucho a los Obispos, siento que se equivoquen, porque no quiero que pierdan la autoridad que les es indispensable sobre las masas. (El Sr. Conde de Casasola: No tiene que decirlo S. S., porque eso no es oportuno.) Contesto al Sr. Cánovas del Castillo, que me ha dicho que había tratado en burla esta cuestión.

Por lo demás, ya estaba enterado, Sr. Cánovas del Castillo, que no necesito esperar a que S. S. me entere de eso, ni de nada, aunque S. S . lo crea. (El señor Cánovas del Castillo: No creo nada.) Si lo cree, puesto que lo dice; y aún cree muchas cosas que no dice . Ya lo sabía yo, como sabía también que esa misma cláusula existe en otros tratados, y no se les ha ocurrido a los Obispos ir a informar, porque en esa cláusula está el respeto al ejercicio de los cultos con arreglo a las leyes, y aquí, con arreglo a la Constitución? (El Sr. Conde de Casasola: La cláusula dice libre ejercicio, no ejercicio a secas.) Pero si Suecia y Noruega, cuyos tratados están aprobados por el partido conservador, tienen esa cláusula? (El Sr. Cánovas del Castillo: Eso, al Sr. Groizard) ; contienen esa cláusula, con arreglo a las leyes, lo mismo que ahora. Pues qué, con arreglo a la Constitución, ¿no hay que respetar aquí el libre ejercicio de los cultos? (El señor Conde de Casasola pronuncia algunas palabras, que no se oyen.-Rumores.)

El Sr. PRESIDENTE: Orden. No tiene V. S., señor Conde de Casasola, derecho a interrumpir.

El Sr. Conde de CASASOLA: El Sr. Presidente del Consejo me dirige preguntas a las que me veo precisado a contestar.

El Sr. ROMERO ROBLEDO: Aquí interrumpimos uno o dos, y ahí interrumpen cuarenta o cincuenta; parece una compañía de fusileros.

El Sr. PRESIDENTE: Orden, Sres. Diputados, orden.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta) : No quiero molestar más a los Sres. Diputados.

En realidad, no me queda de importancia sino lo que el Sr. Cánovas del Castillo ha dicho respecto a nuestras discordias, y a que no podemos soportarnos. Esté S. S. tranquilo. (El Sr. Cánovas del Castillo: Lo estoy mucho.) Me alegro; porque no quiero que se entretenga S. S. en fomentar la discordia en nuestro campo, como ha sabido hacerlo otras veces.

El Sr. CANOVAS DEL CASTILLO: Nunca lo he hecho. Su señoría si que lo ha hecho.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): ¿Ve S. S. cómo no está enterado de muchas cosas? Pues eso lo sabe todo el mundo. ¿Cómo ha de ignorar S . S. que fomentó un día nuestras divisiones, creando partidos o contribuyendo a crearlos? ¿Lo ignora? Pues ignora sus propias obras.



VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL